viernes, 7 de noviembre de 2008

Gripe


Me iba a vacunar el miércoles que viene. En alguna nevera de Osakidetza, dormita una jeringa precargada con bichitos tan feos como los de la foto, pero "atenuados". Una vacuna a mi nombre. En vano. He sido invadido por millones de esos asquerosos seres, sin atenuación que valga, virulentos, insidiosos, con muy mala leche. Desde por la mañana, he sentido que estaba herido: los ojos gordos y escocidos, los huesos lamidos por un dolor sordo y lento, la cabeza de corcho, este fuego en la garganta y el pecho, los escalofríos. Sin embargo, no podía avisar al trabajo con tan poco tiempo. Así que he ido. Y he tenido mucha actividad y un sinfín de problemas. No me he podido marchar a media tarde, como había previsto. Eso sí que ha sido duro: a base de paracetamol, he logrado arrastrarme a lo largo de una tarde perra. "¡Qué mala cara tienes!", me decían los compañeros y supuestamente amigos. El hipocondriaco que hay en mí, se miraba al espejo y se encontraba cada vez peor. A duras penas he cerrado la última carpeta, he dejado una nota para el jefe (" me voy con un trancazo importante: mañana cojo la baja; lo siento") y he conducido los catorce kilómetros hasta casa con el piloto automático, un poco sobresaltado al verme en el garage ("¿ya está, cómo he llegado hasta aquí?"). Ana ha salido a abrazarme. Nada más verme se ha dado cuenta. Ana siempre se da cuenta de todo, de lo que sea, nada más verme. He sonreído porque me alegraba de verla y porque quería quitarle importancia. "Sólo un día en la cama y, ya verás, como nuevo". He cenado algo ligero y, con unas fuerzas residuales que ni sabía que me quedaban, me he puesto a teclear esto que, seguramente, no leerá nadie. Pienso: "vale, tío, tienes la gripe y no te quedan más narices que apechugar con unos días de reposo, zumo y paracetamol". Y he saboreado por anticipado las horas en duermevela, con esa sensación blanda de la fiebre, la modorra, la laxitud, el abandono... ¡Qué placer!. Y, de pronto, he sabido que no me preocupa en absoluto la enfermedad. Lo que de verdad me preocupa, ahora mismo, es no saber de qué parte de mí procede, y a santo de qué me he obligado a escribir, en la nota al jefe, "lo siento".