martes, 11 de noviembre de 2008

Viento sur


Emerjo de esta gripe que me ha mortificado días atrás. Vuelvo a notar mi cuerpo como un conjunto de órganos y miembros discretamente entregados a su función, no como un chirriante amasijo de carne dolorida. Es más, compruebo que me asiste una renovada energía del todo inapropiada en un convaleciente. Me pregunto si tendrá algo que ver el viento sur. En días de viento sur, duele la cabeza y todo el mundo está más irritable, pero yo estoy más activo, con una misteriosa capacidad de no fatigarme nunca. Hay estudios que afirman que hay más crímenes en días de viento sur.
Tengo la tarde libre y hace calor. Un calor sorprendente para estas fechas. Nada más comer, salgo a dar un paseo en moto. Me acerco hasta el mar de Barrika y me tomo una cerveza al aire libre, a cuerpo, disfrutando de la temperatura y de ese mar incendiado por un sol color butano. Me lleno de viento y horizonte. Luego, vagabundeo hasta que anochece, quemando litros, fluyendo con el tráfico cada vez más denso, sintiéndome parte de un gigantesco sistema circulatorio cuyas arterias están al borde de obstruirse y reventar para siempre, pero ventajosamente ligero, ágil sobre mis dos ruedas, ajeno a la angustia anticipatoria de toda esa chatarra colapsada. ¡Qué disfrute!. Qué buen sabor de boca el de esta tarde que me he regalado antes de volver, mañana, al trabajo. No sólo por la maravillosa escapada en moto. También, por la lectura. Ventaja de que anochezca pronto. Apetece más recogerse a leer.
Con Menta roncando en el sofá (mi perra Menta ha "okupado" el sofá desde el que yo solía ver la tele, dándome la excusa perfecta para no verla más: no tengo dónde) y Capi clavándome las uñas en los muslos, me sumerjo en el mundo violentamente delicado de Juan José Millás. "Los objetos nos llaman" (Seix Barral, Biblioteca Breve). Violentamente delicado. Todo en su obra es así, pura descarga eléctrica generada por el manejo de las paradojas, las emociones encontradas, lo real y lo onírico, el humor y la angustia, el psicoanálisis y el sexo (o sea, la culpa: es decir, de nuevo, el sexo). Libro de relatos cortos autoconclusivos, de alguna manera autobiográfico, en una sentada me he leído ciento veinte páginas y me ha sabido a poco . Y estoy aún subyugado por el terrible aroma dulzón, amargo también, evocador, un poco torturado, turbador, luminoso en ocasiones, destilado por un texto que, sorprendentemente, me concierne. Curiosamente, a ti te sucederá lo mismo. Lo sé. Por eso te lo recomiendo.
A Menta la operaremos la semana que viene. Ella no lo sabe, no puede saberlo, sólo es un bicho. Por eso duerme como una bendita en el sofá desde el que yo, antes, veía la televisión. La miro y sonrío un poco triste, pero no sé bien por qué.