miércoles, 26 de noviembre de 2008
Temporal
martes, 18 de noviembre de 2008
Pasado
Todo empezó con los rituales de difuntos. Cada noviembre, a pesar del número creciente de familiares fallecidos, me las ingenio para escabullirme. Odio las muchedumbres. Y las ceremonias. Ana me ayuda a desentenderme de todo eso, me protege, porque sabe que me irrita, que incrementa mi fobia social, que me hace sufrir: ¡es todo tan vulgar y antiestético, tan primitivo y ridículo!. Sin embargo, este año, he querido sorprenderla acompañándola. Sé lo importante que es para ella. Y todo sucedió de un modo inesperado, dulce, apacible. Fue un día luminoso, de sol muy dorado, de suave viento sur. Recorrimos cementerios y repartimos manojos de flores por todos los lugares en donde quedan restos de familiares y amigos. Comimos en un chino y caminamos frente al mar. Y me sentí bien. Ése fue el principio, ya digo. El día de difuntos. Desde entonces, me he dado cuenta de que puedo ocuparme de los recuerdos sin sentirme tan incómodo. Y he hecho algo que siempre postergaba: he sacado de sus cajas de lata las viejas películas de ocho milímetros de mi padre. Las he proyectado con el legendario "Eumig", de tableteo estruendoso. Y me he puesto a grabarlas con mi cámara digital, para salvarlas de la desintegración alarmante del celuloide. Lo malo es que, cuando apenas había hecho eso con una docena de ellas, se ha fundido la lámpara. A ver de dónde saco yo ahora una pieza de museo como ésa. Creí que iba a ser emocionante volver a ver, en movimiento, ante mis ojos, en el salón de casa, a mis abuelos, a mis tíos, a mi padre (sobre todo). Allí estaban, tan jóvenes, gesticulando ante la cámara un poco envarados, con la costumbre de posar para las fotos, sin apenas desplazarse, con un aire ya un poco antiguo entonces, un poco fúnebre, como si presintiesen esta proyección de ahora, esta danza fantasmagórica en blanco y negro. Y no he sentido ninguna de las emociones que imaginé. Ninguna. Lo único que he sentido es una perplejidad extraordinaria. Les he mirado, una y otra vez, desconcertado. Me han parecido seres anónimos. "Es como si fueran extraños", me he dicho. Yo mismo, a diferentes edades, me he visto como a un desconocido. Recuerdo haber teorizado a menudo: somos sucesivos, vamos siendo, no somos uno de una vez para siempre. Miro el fotograma que ilustra estas líneas y sé que no soy yo, sino el niño que yo fuí hace la friolera de cincuenta años. Pero una cosa es teorizar y otra toparte, de bruces, con el puto río de Heráclito salido de una lata rotulada "Sitges". Inundación. Temblores de noviembre. El otoño. Perdón por la tristeza.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
Burocracia
Hoy no puedo robarle tiempo al sueño, por culpa del ministerio del Interior. Tengo que madrugar para renovar mi D.N.I. , lo que me pone de un humor de perros. Porque, vamos a ver, ¿por qué marea la Administración a la ciudadanía con trámites absolutamente innecesarios?. ¿Es que nadie repara en lo ridículo e irritante que resulta tener que aportar, periódicamente, una serie de datos que la Administración ya tiene en su poder?. "Es por si has cambiado de domicilio, ¡o de sexo!". "Que aprendan a cruzar información entre los ordenadores de los diferentes departamentos, coño". Que se muevan ellos. (Tengo que promover una campaña sobre esto, me digo con determinación que intuyo efímera, ya que me conozco. Habría que incordiar, al menos, musito con rencor). Así es que he de acostarme. La burocracia contra el arte (¡hala, qué bestia!). Bueno, dejémoslo en la vida.1 contra el reino virtual del palabrista. Mañana me desquito.
martes, 11 de noviembre de 2008
Viento sur
Emerjo de esta gripe que me ha mortificado días atrás. Vuelvo a notar mi cuerpo como un conjunto de órganos y miembros discretamente entregados a su función, no como un chirriante amasijo de carne dolorida. Es más, compruebo que me asiste una renovada energía del todo inapropiada en un convaleciente. Me pregunto si tendrá algo que ver el viento sur. En días de viento sur, duele la cabeza y todo el mundo está más irritable, pero yo estoy más activo, con una misteriosa capacidad de no fatigarme nunca. Hay estudios que afirman que hay más crímenes en días de viento sur.
Tengo la tarde libre y hace calor. Un calor sorprendente para estas fechas. Nada más comer, salgo a dar un paseo en moto. Me acerco hasta el mar de Barrika y me tomo una cerveza al aire libre, a cuerpo, disfrutando de la temperatura y de ese mar incendiado por un sol color butano. Me lleno de viento y horizonte. Luego, vagabundeo hasta que anochece, quemando litros, fluyendo con el tráfico cada vez más denso, sintiéndome parte de un gigantesco sistema circulatorio cuyas arterias están al borde de obstruirse y reventar para siempre, pero ventajosamente ligero, ágil sobre mis dos ruedas, ajeno a la angustia anticipatoria de toda esa chatarra colapsada. ¡Qué disfrute!. Qué buen sabor de boca el de esta tarde que me he regalado antes de volver, mañana, al trabajo. No sólo por la maravillosa escapada en moto. También, por la lectura. Ventaja de que anochezca pronto. Apetece más recogerse a leer.
Con Menta roncando en el sofá (mi perra Menta ha "okupado" el sofá desde el que yo solía ver la tele, dándome la excusa perfecta para no verla más: no tengo dónde) y Capi clavándome las uñas en los muslos, me sumerjo en el mundo violentamente delicado de Juan José Millás. "Los objetos nos llaman" (Seix Barral, Biblioteca Breve). Violentamente delicado. Todo en su obra es así, pura descarga eléctrica generada por el manejo de las paradojas, las emociones encontradas, lo real y lo onírico, el humor y la angustia, el psicoanálisis y el sexo (o sea, la culpa: es decir, de nuevo, el sexo). Libro de relatos cortos autoconclusivos, de alguna manera autobiográfico, en una sentada me he leído ciento veinte páginas y me ha sabido a poco . Y estoy aún subyugado por el terrible aroma dulzón, amargo también, evocador, un poco torturado, turbador, luminoso en ocasiones, destilado por un texto que, sorprendentemente, me concierne. Curiosamente, a ti te sucederá lo mismo. Lo sé. Por eso te lo recomiendo.
A Menta la operaremos la semana que viene. Ella no lo sabe, no puede saberlo, sólo es un bicho. Por eso duerme como una bendita en el sofá desde el que yo, antes, veía la televisión. La miro y sonrío un poco triste, pero no sé bien por qué.
viernes, 7 de noviembre de 2008
Gripe
jueves, 6 de noviembre de 2008
Ya está
Ya está. Calma. Ya no contenemos la respiración. El mundo ha suspirado y el aire parece más limpio. Ahora, manos a la obra. Cuanto antes. Juntos. No sólo ocho, ni veinte.
Volviendo del trabajo, noche cerrada, la lluvia era un derroche de alfileres de luz precipitándose contra el parabrisas. Los faros incendiaban la extraña cortina y, en el asfalto, fugazmente, iba viendo muchedumbres de ranas aplastadas por las ruedas de quienes pasaron antes. Imposible esquivarlas. No quería mirarlas. Sin embargo, la imagen permanece adherida a mi memoria y tiene ese halo inquietante de las pesadillas. Ranas despanzurradas, algunas aún moviéndose imperceptiblemente. Ranas que saltan entre los cadáveres de sus compañeras, acuciadas por mi aproximación vertiginosa, logrando a veces ponerse a salvo en la cuneta de enfrente. No puedo despegármelas de la mente, ni tecleándolas en este sitio, así, como sacudiéndomelas de mis dedos. Cada año, en estas fechas, me desazona encontrar la misma ciega inmolación: miles de ranas impelidas por una fuerza misteriosa, antigua, anterior al trazado de la carretera que cruza la vega, que la parte en dos. Luego, mientras cenaba, no he dejado de acordarme de la ranita de Volta, la pobre criatura sacrificada para verificar el funcionamiento de la pila eléctrica, una y otra vez, a manos de miles de bachilleres, por todo el planeta. Nunca había considerado que lo nuestro con las simpáticas ranas es un caso de inexplicable ensañamiento. Leí hace un tiempo que quedan poquísimas, muchas menos de las que tenía que haber. No me extraña.
Ana me mira y me inunda de paz con sólo eso. Esa mirada suya: mi casa. Ha sido un día duro, pero termina bien. Al fin a salvo, a buen recaudo, abandonado al abrigo de ese puerto.