miércoles, 29 de abril de 2009

Theroux y yo















Este hombre que gesticula en un tren, negándose a posar para el fotógrafo, a tomarse a sí mismo demasiado en serio, es un viajero que escribe. Se llama Paul Theroux. Y dice que "un hombre feliz no puede ser escritor, porque está demasiado ocupado siendo feliz". Como considera que no tiene nada importante que decir acerca de nada, que lo único que hace bien es escuchar, viaja. Viaja y observa. Anota lo que ve. Hace años que "suena" para el Nobel. De él es imprescindible leer "El gran bazar del ferrocarril" y "En el gallo de hierro", sobre todo. Literatura de viajes con mayúsculas. Su desasosiego le mantiene errante de por vida. El destilado literario de ese malestar sin nombre, es un raro néctar para ser degustado despacio.
Hace ya mucho tiempo, cuando el jovencito que fuí quería ser escritor (sin talento ni constancia), mi amigo Ramiro Pinilla me decía "un hombre feliz no puede ser escritor". Y añadía: "la buena literatura sale del cabreo, no de la conformidad y la placidez". Me parecían exageraciones impropias de su envidiable estoicismo. Y ahora, hoy, a la vuelta de los años, comprendo que tenía razón aquel cartujo que escribía a bolígrafo sobre el reverso de papeles usados. En el altillo de "Villa Walden", a salvo de una biografía bien trufada de amargura , imaginaba otro mundo, otra vida. Y he ahí su obra, en la que el autor perdurará como un gigante, "como el perfil de un monte", tal como escribió una amiga común.
Estas cosas me revolotean por la cabeza hoy, que vuelvo a juntar palabras en el blog. Ya sé que no hay excusa. Que todo es pura pereza. Pero yo creo que la felicidad, tan incomprensiblemente desprestigiada; la pura y simple y bendita felicidad, tiene la culpa de todo este silencio, de tanto tiempo en el dique seco. Porque sí, lo confieso: soy feliz. Y he estado muy ocupado siéndolo, con Ana. Viajando, paseando, conversándonos botellas de vino rico, perdiendo el tiempo de mil maneras (¿perdiéndolo?), yendo al cine, leyendo y qué sé yo, viviendo. Ustedes comprenderán, si han leído con atención hasta aquí, que en este lamentable estado de beatitud no hay forma de levantar un texto con cierto vuelo literario. Sin embargo, hace unos días, en un encuentro casual, un lector ("el" lector, pobrecillo), me instó a retomar el hilo. No sé cómo lo hizo, pero lo cierto es que me conmovió de verdad con las cosas que me dijo. Y aquí estoy. He pinchado con una chincheta un cartelón que reza "postear". Quiero volver a intentarlo. ¿Por qué?. Me gusta escribir. Eso es todo. Dada mi enfermiza felicidad, es probable que no produzca nada del otro mundo.Vale, de acuerdo, cuento con ello. Pero sí intentaré deshilarme con cierta pulcritud formal y unos gramos de emoción inesperada. A ver.

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